Los residentes de Roseland conocen la choza bien, con sus corazones rojos brillantes y texto urgente implorando a los transeúntes a “Salva a un adolescente / Haz algo”. Es un monumento cerca de la 117 y South Michigan, lleno de hileras de bloques de concreto, cada uno inscrito con rotulador permanente con el nombre de una persona joven perdida a manos de la violencia armada.
Briahna Williams, 10, Victoria Dystar, 24, Duane King, 22. Fernando Maywood, 17;solo cuatro de aproximadamente 800 víctimas.
Roseland, la comunidad predominantemente de raza negra en la parte sur de Chicago, denominada South Side, es pasada por alto en discusiones sobre el saldo por la violencia armada en Chicago. Roseland no ha visto grandes picos en crímenes en comparación con los otros vecindarios de South Side como Englewood o Fuller Park, ni se enfrenta a los niveles de violencia que hay en los vecindarios Austin o North Lawndale de la parte oeste, West Side.
Aún así, en la década pasada, más de 1.200 personas han recibido disparos en Roseland. La mayoría sobrevivió, creando una sensación de devastación generalizada que permanece sobre el vecindario. Sólo este año, los datos policiales muestran que más de 60 personas recibieron disparos aquí.
Al mismo tiempo, los lugares como Roseland se definen tanto por su resiliencia como por sus pérdidas. Diane Latiker, que construyó el monumento, quiere que las personas sepan que a los residentes les importa Roseland a pesar de la violencia. “Hay personas aquí que tienen resiliencia, personas que todavía intentan, siguen ayudándose unas a otras”, dijo ella.
La historia de Roseland, con su distrito comercial en apuros, terrenos baldíos y pocas tiendas de comestibles, es emblemática de muchos vecindarios de Chicago, cuyas comunidades predominantemente de raza negra y latinos enfrentan violencia persistente. Las causas compartidas incluyen desigualdades arraigadas relacionadas con la salud y el entorno. Comparado con las zonas de raza blanca predominantemente, los datos del CDC muestran que estas comunidades enfrentan mayores tasas de diagnósticos de asma, cáncer y salud mental.
Para los residentes de Roseland, la percepción de la violencia armada depende en gran medida de dónde alguien vive y las diferencias pueden ser pronunciadas incluso en la misma cuadra. Algunos describen esquivar tiros de autos que pasan por la zona, mientras que otros escuchan tiros de armas tan frecuentemente que pueden distinguir la diferencia entre el sonido de un revólver calibre 38 y un rifle de asalto. The Trace le pidió a siete residentes que describieran su comunidad en una palabra. La llamaron: aceptable; una aldea; tranquila; horrible; peligrosa; depresiva; resiliente.
Como en otros vecindarios de Chicago, los residentes de Roseland muchas veces marcan la pérdida por calles de la ciudad: un amigo al que le dispararon y murió cerca de la calle 117 y la avenida St. Louis; una sobrina a la que le dispararon en la 58 con la calle Halsted; un sobrino en la avenida Wentworth.
El monumento se encuentra al otro lado de la calle de la casa de Latiker. Ella lo construyó hace más de una década, después de que le dispararon a Blair Holt de 16 años en un autobús escolar cerca de allí. Lo mataron protegiendo a sus compañeros de los tiros.
“Todo el mundo deseaba marchar y yo no quería hacer eso”, dijo Latiker. En vez de ello, fue a Home Depot y encontró lo que no sabía que estaba buscando. “Parecían pequeñas lápidas mortuorias”, dijo. El monumento utiliza esos bloques de concreto para rendir tributo a las personas que Chicago perdió.
Las personas con frecuencia no se dan cuenta de lo cíclico que son los asuntos de la violencia armada, dijo Latiker. “Cuando algo violento ocurre en su familia, [los jóvenes] van en busca de ese espacio seguro en la comunidad, [y] muchas veces no existe”, dijo. “La sociedad se ha desconectado. La sociedad los coloca en esta situación y espera que ellos sobresalgan, que no estén bravos, que no se involucren en pandillas… [así] uno siempre es el menos importante en la jerarquía”.
Para empeorar las cosas, hay poco remedio o justicia. Desde el 2010, los datos muestran que la policía ha parado la mitad de la investigaciones de tiroteos en Roseland después de sólo un mes. Sólo un cinco por ciento resulta en arrestos. La mayoría de las víctimas de la violencia armada en el área son de raza negra.
Tan prevalente como las muertes que Latiker narra son las historias de los miembros de la comunidad que luchan por avanzar después de una tragedia, trabajando para hacer que los vecindarios que aman sean más seguros. Trevon Bosley es uno de ellos.
De niño, Bosley ya tenía una comprensión íntima de lo que era el dolor. A los siete años de edad, su primo falleció de un impacto de bala. Menos de seis meses después, a su hermano Terrell, entonces de 18 años, lo mataron en las afueras de la Iglesia donde tocaba el bajo. A Terrell le encantaba la música góspel y era el tipo de muchacho que conocía a todo el mundo. Su muerte llevó a la familia Bosley a una depresión profunda de muchos años, un período que Trevon recuerda como de “un gran vacío y desesperanza”.
Los Bosley buscaron cierre a través del trabajo de prevenir la violencia. Trevon comenzó a trabajar con St. Sabina, una iglesia católica en South Side. Se unió a BRAVE [valiente], un programa de líderes juveniles. Eventualmente, conoció al presidente Barack Obama y habló en la protesta de la Marcha por Nuestras Vidas (March for Our Lives). Su mamá cofundó Purpose over Pain, una asociación sin fines de lucro que organiza eventos y ayuda a los residentes afectados por la violencia armada. Su padre ayuda a las personas que han salido de la cárcel a encontrar trabajos.
“Mediante la pérdida de mi hermano, quería asegurarme de que estoy creando algún tipo de cambio, algo que él querría”, dijo Bosley. “Nunca se atrapó a su asesino, al igual que muchos casos en Chicago. Simplemente siento que debo mantener vivo su nombre y proporcionarle algún tipo de justicia”.
La familia de Bosley llegó a Chicago durante la Gran Migración. Él nació y se crío en Roseland cerca de la calle 105 y la avenida Rhodes. Aunque creció escuchando tiroteos y sirenas, cuando mira a su comunidad, lo que ve es belleza y fortaleza.
“Hay mucho amor en Roseland”, dijo. “Puedes ir a cualquier cancha de baloncesto y jugar con cualquiera y simplemente interactuar con personas que transitan por la calle. Es una vibra positiva. Conozco a todos mis vecinos y todos me han apoyado y me han visto crecer”.
La primera ola de la pandemia afectó a Roseland de una manera particularmente dura. Casi todo el mundo en la familia de Bosley contrajo el virus, incluyendo sus padres. Su bisabuelo falleció de la enfermedad.
Ahora de 23 años, Bosley estudia ingeniería eléctrica en la universidad Southern Illinois University, Edwardsville. Desea crear equipos médicos que ayuden a salvar víctimas de tiroteos. “Quisiera que hubiera habido algún tipo de tecnología para salvar a mi hermano”, dijo Bosley. “Quiero construir algún tipo de tecnología que nos ayude a sobrevivir”.
Roseland no siempre fue así. Comenzó como una aldea de inmigrantes holandeses hace casi 200 años, muestran los registros históricos, llamada así por las rosas que crecían allí. La ciudad de Chicago anexó el área a finales de 1800, antes de que Roseland se convirtiera en el distrito comercial bullicioso como se le conocía posteriormente.
Durante la década de los 60, las personas de raza negra migraron allí desde el sur. Al cabo de una generación, la comunidad era predominantemente de raza negra. Pero entonces, colapsaron las industrias automovilísticas y del acero en la década de los 80, dejando a Roseland y a muchas otras comunidades de South Side en mal estado.
En una tarde caliente con suficiente viento para llevar las semillas de diente de león por el aire, Ledall Edwards estaba sentado en la silla de cuero naranja en su tienda de ropa y miraba hacia el Distrito Comercial de Roseland. El distrito ocupa varias cuadras a lo largo de la avenida South Michigan, pero está a una distancia larga de la zona adinerada de la avenida Michigan varias millas al norte en el centro de la ciudad, promovida para los turistas como la Milla Magnífica (Magnificent Mile).
Su padre abrió la tienda Edwards Fashions en 1974, cuando la zona era un sector comercial vibrante. Ahora, la mayoría de las tiendas a lo largo del sector están cerradas o tapiada. Algunos de los dueños de las tiendas dicen que aún más tiendas cerraron debido a la pandemia y otras no abrieron después de los disturbios del verano pasado.
“Hay un segmento de la población que realmente no quiere estar aquí, están aquí para ahorrar dinero y mudarse a otras zonas con mejores escuelas, donde se sientan más seguros y tengan acceso a más bienes y servicios”, dijo Edwards. “Faltan muchas cosas. No tenemos una tienda de comestibles, un restaurante con mesas, una tintorería. Eso obliga a las personas a ir a sitios fuera de la comunidad”.
La mayoría de sus clientes vivían en Roseland antes, pero muchos ya se han mudado. Edwards cree que la comunidad todavía tiene potencial, sólo necesita más inversión gubernamental en los comercios y viviendas locales. El año pasado, un grupo de conservación nombró al distrito comercial como una de las zonas históricas de mayor riesgo en la ciudad. “Hay muy buenas personas en este vecindario”, dijo Edwards. “Quieren las mismas cosas que la mayoría de las personas quieren”.
Los vestigios del abandono son evidentes a lo largo del distrito comercial y llegan hasta las calles residenciales aledañas. En la última década Whole Foods abrió una tienda que está a corta distancia en carro y están construyendo un sitio de hamburguesas Culver, posibilidades nuevas que fueron noticia. Pero los residentes le dijeron a The Trace que necesitan más: más tiendas de comestibles con precios razonables, guarderías infantiles, viviendas asequibles, clínicas de salud mental y espacios de entretenimiento seguros. Y mucho más.
Como concejal del 9th Ward, que incluye Roseland, AnthonyBeale dice que ha trabajado en volver a traer muchas oportunidades a esta zona, incluyendo WalMart, Ross, Planet Fitness, un centro comunitario y una feria de comida. Pero esos comercios abrieron en las zonas cercanas en Pullman y West Pullman, no en Roseland.
Esto debido a que grandes zonas de terrenos y autopistas atraen comercios, dijo Beale, características que Roseland no tiene. “Usted no pondría su Walmart en la avenida Michigan”, dijo. “No funcionaría”.
Edwards se increpó ante la evaluación de Beale y dijo que si las personas tienen que salir de su vecindario constantemente para obtener servicios, entonces realmente no tienen una comunidad en la que se puede vivir.
Aún cuando pregona sobre estas inversiones, Beale, también siente nostalgia por los tiempos mejores en Roseland. Creció en South Side y recuerda con cariño visitas a sitios como Afro Aquatic & Pet Supplies. “Recuerdo que iba de compras a la avenida Michigan con mi madre los sábados en la mañana”, dijo Beale. “Todos estos comercios nos conocían por nuestros nombres”.
Aun así, Beale cree que los comercios nuevos son buenos para todos los vecindarios que él supervisa en South Side, están a corta distancia conduciendo. Percibe que su barrio va mejorando y seguirá mejorando.
La pérdida ocupaba la mente de Donnell Gardner en víspera del fin de semana del Día de los Caídos por la Patria (Memorial Day). A su hijo, Donnell Jr., lo mataron de un tiro en el otoño pasado a la edad de 29 años. “Cuando uno pierde a un ser querido y no se tienen los recursos, no es fácil seguir adelante”, dijo, mientras se reclinaba sobre el costado de un edificio de ladrillos de oficinas.
Gardner recuerda a su hijo como habilidoso y divertido. “Sus chistes no eran tan buenos, pero al menos lo intentaba [pero] siempre continuaba con otro”, recordaba Gardner. “Fue una pérdida enorme para mi familia. Lo extrañamos inmensamente”.
Y no sólo fue su hijo. Le habían disparado a dos de los amigos de Garner unos cuantos días antes en el cruce de la 46 con la calle Federal. Su abuela murió recientemente. Perdió a un tío por COVID-19 y a otro por cáncer. “Se está convirtiendo en norma para nosotros las personas de raza negra que vivimos en Roseland y West Pullman, de los sitios más pobres de la ciudad de Chicago, estamos atrapados en la oscuridad”.
Garner es un trabajador de asistencia comunitaria para Chicago CRED, una de las muchas organizaciones centradas en mejorar la comunidad. Casi todos los días, Garner y sus compañeros patrullan las calles de Roseland y West Pullman. Su objetivo es construir relaciones con los hombres y las mujeres que estén a mayor riesgo de la violencia armada e intentar parar los tiroteos por represalias antes de que ocurran, mediante la mediación de conflictos entre grupos rivales.
Una tarde reciente, el equipo CRED comenzó su día con el seguimiento de dos tiroteos: uno que tuvo desenlace fatal en la calle 113 con la avenida Michigan y el otro cerca de una tienda de emparedados en el cruce de la calle 107 con la calle State.
En un recorrido de la serie de calles numéricas llamada The One Hundreds, un trabajador de asistencia comunitaria señaló cuáles eran los sitios de varios tiroteos: un hermano y hermana asesinados en la 129 con Wallace. Dos hombres tiroteados y arrastrados hasta el bosque allá en la 112 con Stewart. Un hombre que participaba en el programa de CRED, que incluye capacitación para el trabajo y terapia, fue asesinado en las afueras de su casa en la calle 108
Trevon Bosley compara la violencia armada a un árbol. “La violencia armada es como las ramas y la copa completa del árbol, pero la mayoría de las personas no ven las raíces”, dijo. “El sistema de educación que falla, los recursos que no tenemos, [y] la falta de fondos para programas extracurriculares”.
Bosley dice que es importante comprender que los afectados por estos asuntos en la ciudad no son números. Son personas.
Esta historia fue producida como un proyecto para el programa de becas del centro de periodismo de la salud USC Annenberg Center for Health Journalism’s 2020 Data Fellowship.